Cuando supe que una mexicana tenía probabilidades de ganar el Premio Nobel de Literatura 2025 comencé a buscar sus libros.
No conocía a Cristina Rivera Garza y vaya sorpresa me llevé por tan increíble trayectoria. Sin pensarlo me hice del libro digital "El invencible verano de Liliana" y lo comencé a leer.
El mérito del premio en Cristina hubiera sido más por el profundo trasfondo que por una estructura literaria de un libro, porque es más que evidente la buena pluma de nuestra compatriota.
En un mundo así, guardar silencio fue una forma de arroparte, Liliana. Una forma torpe y atroz de protegerte. Bajamos la voz y nos recluimos dentro de nosotros mismos, contigo adentro, para no exponerte a la acusación fácil, al morbo tullido, a las miradas de conmiseración. Bajamos la voz y caminamos con pasos de niebla, achicando nuestra presencia por donde pasábamos, tratando de ser de una vez los fantasmas en los que nos convertimos con el tiempo, con tal de evitar los ataques de los mordaces, de los predispuestos a la inculpación, incluso de los bien intencionados, contra nosotros y contra ti, que ibas a nuestro lado, colgada del brazo, tomándonos de la mano. Porque estábamos muy solos, Liliana. Porque nunca estuvimos tan huérfanos, tan desasidos, tan lejos de la humanidad. Más solos que nunca en una ciudad feroz que se nos vino encima con las mandíbulas poderosas del machismo: si no la hubieran dejado ir a la Ciudad de México, si se hubiera quedado en casa, si no le hubieran dado tanta libertad, si la hubieran enseñado a distinguir entre un buen hombre y otro peor. No supimos qué hacer. Ante lo inimaginable, no supimos qué hacer. Ante lo inconcebible, no supimos qué hacer. Y callamos. Y te arropamos en nuestro silencio, resignados ante la impunidad, ante la corrupción, ante la falta de justicia. Solos y derrotados. Solos y desechos. Triturados. Tan muertos como tú. Tan sin aire como tú. Y, mientras eso pasaba, mientras nos arrastrábamos por debajo de las sombras de los días, se multiplicaron las muertas, se cernió sobre todo México la sangre de tantas, los sueños y las células de tantas, sus risas, sus dientes, y los asesinos continuaron huyendo, prófugos de leyes que no existían y de cárceles que eran para todos excepto para ellos, que contaron desde siempre con el beneplácito de la duda y la disculpa anticipada, con el apoyo de los que culpan sin empacho a la víctima e incluso ahora, después de tantos años, todavía cuestionan la decisión de la chica, la falta de juicio de la chica, la tremenda equivocación de la chica. Hasta que llegó el día en que, con otras, gracias a la fuerza de otras, pudimos pensar, imaginar siquiera, que también nos tocaba la justicia. Que la merecías tú. Que la valías tú también entre todas las muchas, entre todas las tantas. Que podíamos luchar, en voz alta y con otras, para traerte aquí, a la casa de la justicia. Al lenguaje de la justicia.
"El invencible verano de Liliana" es parte de la lucha que día a día enfrentan muchas familias de este país. Es un retrato fidedigno de una mujer a la que le arrebataron los sueños, el corazón y el alma (como a muchas otras). Liliana no es la primera y lamentablemente no será la última. Han pasado más de 30 años de su feminicidio y las cosas empeoran cada día.
Indigna la poca sensibilidad de un gobierno indiferente para el que en tiempos de elecciones somos mina, pero luego somos el proletariado. Su ineptitud se hizo más que evidente al no capturar al culpable.
Indigna una malversación del movimiento femenino en pro de movimientos políticos de seudoprogresistas. No es solo el patriarcado, sino una ruptura cultural de tiempos coloniales.
Indigna una sociedad que ha normalizado la violencia y enaltece el crimen a través de narcoseries y narcomúsica.
Tocó al portón de la entrada y Basilia, a quien Liliana le había presentado apenas un par de semanas atrás como la nueva trabajadora doméstica de la familia Álvarez, vino a abrir la puerta. Buenos días, le dijo. Atravesó el patio y abrió la puerta de la entrada del apartamento de Liliana, que no estaba cerrada con llave, pero tampoco entreabierta. Como no la vio de pie, le gritó algo desde la estancia. Tenía prisa. Había que entregar el trabajo al que le habían dedicado mucho tiempo y más les valía ser puntuales. Del otro lado de la estancia, en el espacio que le correspondía originalmente al comedor, estaba la cama de Liliana, y sobre ella, bajo las colchas, se dibujaba la silueta de su cuerpo. Todo lo demás parecía en su lugar. No había orden, pero tampoco desorden. Con el tiempo se había familiarizado con las reglas del barullo de Liliana y, sabiendo que habían trabajado hasta tarde, entendía que no había tenido tiempo de arreglar el cuarto. Apúrate, güera, que se nos va a hacer tarde, le dijo cuando se dio cuenta de que no se levantaba. Echó un vistazo a la cocina y vio que todo ahí estaba como lo había dejado la noche anterior. La falta de respuesta de Liliana lo intrigó. Caminó hacia ella. Lentamente. Una broma. Seguramente era uno de esos juegos que Liliana organizaba de cuando en cuando para divertirlos a todos. Se le hizo raro que toda ella, incluida la cabeza, estuviera cubierta por la colcha de cuadros. Lili, le dijo otra vez, descubriéndole el rostro, preparado para la carcajada con que de seguro lo saludaría esa mañana. Te caché, le diría. Liliana tenía los ojos cerrados. La boca entreabierta. Estaba recostada sobre su brazo izquierdo y los cabellos lacios, todos juntos, le cubrían la cara. Parecía dormir, pero había algo extraño en su inmovilidad. Algo flácido y pesado a la vez. Algo que nunca había visco en ella. Lili, le dijo otra vez. Cuando descorrió más la colcha se dio cuenta de que estaba completamente vestida, su pantalón de mezclilla puesto y la blusa abotonada. Pero no se movía. Por instinto, le rozó la mejilla y un frío atroz, un frío que no había sentido antes en su vida, se le pegó a las yemas de los dedos y se le trasminó por todas las células del cuerpo a una velocidad demencial. Luego, toda a la vez, la desesperación se le introdujo en la espina dorsal. Gritó. Fue entonces que gritó. Gritó su nombre y, luego, pidió ayuda. Pronto, ya estaban en la pieza, cerca de él, tanto José Manuel Álvarez como Easilia, los dos con la respiración agitada detrás de su cuello. Algo le pasa a Liliana, les avisó. Se vieron entre sí. La vieron a ella, tumefactos, sin saber qué hacer alrededor de su colchón. Liliana está muerta, añadió sin pensarlo. Sin saber a ciencia cierta qué decía.
Tenemos tan cerca el peligro que lo respiramos en nuestras calles; es un mundo surreal donde es un milagro llegar a casa todos los días.
Este año he leído ficción de la dura, de esa que cuando publicas una reseña te llueven comentarios de todo tipo (El monstruo pentápodo, Cadáver exquisito, Las violetas son flores del deseo, Las indignas), pero ¿qué creen? Acá todo es real y supera con creces la ficción.
Una lástima que no se lleve el Nobel, pero ya sabemos que así son las cosas.
P.D. Cómo dato curioso, existe una playlist en spotify sobre Liliana creada por los viejos amigos. Denle una oportunidad.
Jorge Hernandez :: http://jorgeluis.com.mx

