José Saramago no nos ofrece una versión edulcorada ni complaciente de los evangelios en "El Evangelio según Jesucristo". Nos lanza a un abismo de dudas y sombras, a un territorio donde la fe se tambalea y las figuras bíblicas, despojadas de su aura sagrada, se revelan en su forma más cruda y perturbadora.
Es una inmersión literaria que desestabiliza, que incomoda, que deja una huella áspera, como una herida abierta en la conciencia. Lejos de buscar la complacencia o la reafirmación de creencias, la novela nos confronta directamente con las contradicciones, las ambigüedades y las sombras que subyacen en las narrativas religiosas, obligándonos a cuestionar los cimientos mismos de nuestra fe.
Desde el primer trazo, Saramago subvierte la narrativa sagrada, despojándola de su aura milagrosa y situándola en un contexto humano y terrenal, marcado por la fragilidad, la incertidumbre y la lucha constante por la supervivencia. La pureza inmaculada se quiebra desde la concepción de Jesús, donde José, lejos de la imagen piadosa y serena, se nos presenta como un hombre marcado por limitaciones, un carpintero con una mirada limitada que no logra captar la belleza del mundo que lo rodea. Su incapacidad para apreciar lo estético, su enfoque exclusivo en lo mundano y lo práctico, lo alejan radicalmente de la figura idealizada y lo acercan a la fragilidad humana, a la precariedad de la existencia.
María, por su parte, es una joven trabajadora, con las preocupaciones, los miedos y las dificultades propias de una mujer en una sociedad patriarcal, lejos de la santidad y la perfección que la tradición le atribuye. Su vida cotidiana, llena de trabajo arduo, esfuerzo constante y las vicisitudes propias de su género, dista mucho de la imagen de pureza, devoción y sumisión que se le ha atribuido. La existencia de una numerosa descendencia de José y María, una familia numerosa y terrenal, con sus propias dinámicas, envidias, rivalidades y conflictos, despoja a la historia de cualquier vestigio de idealización, presentando un contraste radical con la creencia canónica en la virginidad perpetua de María y la imagen idealizada de la Sagrada Familia.
Saramago se adentra con maestría en la psique de José, revelando un tormento existencial que lo consume desde el momento en que intuye la concepción de Jesús. La culpa por la matanza de los inocentes ordenada por Herodes, un acto de crueldad y barbarie que se cierne como una sombra sobre el nacimiento de Jesús y marca su destino desde el inicio, se convierte en una obsesión que lo tortura en pesadillas recurrentes, visiones oníricas donde se ve a sí mismo como un verdugo de su propio hijo.
Este tormento, que lo persigue desde el nacimiento de Jesús y lo atormenta a lo largo de su vida, anticipa la tragedia que marcará la vida de su primogénito. La representación de José como un hombre marcado por el miedo, la culpa y la angustia, la incapacidad para comprender el misterio que rodea el nacimiento de su hijo y la impotencia ante los eventos que se desencadenan a su alrededor, transforma radicalmente la imagen tradicional de este personaje, mostrándolo como un ser humano profundamente marcado por la tragedia, un hombre que carga con el peso de una responsabilidad que lo sobrepasa.
La muerte de José su padre crucificado lo marcará de forma indeleble y moldeará su visión del mundo desde una edad temprana. Este evento traumático se presenta como una experiencia brutal y desgarradora, tiene un impacto profundo en el joven Jesús. La confrontación directa con la muerte de su padre, no como un hecho distante y abstracto, sino como una presencia tangible y perturbadora, una imagen brutal y dolorosa que se imprime en su memoria, marca a Jesús desde una edad temprana.
La fragilidad de la vida, la vulnerabilidad del ser humano ante el sufrimiento y la muerte, y la presencia constante de la muerte como una realidad ineludible, se convierten en temas recurrentes en su vida, en su búsqueda de significado y en su cuestionamiento constante de la existencia. La muerte de José, en circunstancias trágicas y violentas, a manos de los romanos, un evento que Jesús presencia o del que tiene un conocimiento vívido y detallado, deja una huella imborrable en Jesús, quien crece con la sombra de la pérdida, la injusticia y la crueldad del mundo grabadas en su alma.
El encuentro de Jesús con el pastor, una figura enigmática que emerge de la nada tras la visita de Jesús a la cueva donde nació, introduce un elemento de extrañeza, ambigüedad e inquietud que impregna toda la narración. Este personaje, que se niega a revelar su nombre, que oculta su verdadera naturaleza y cuyas intenciones permanecen oscuras, se convierte en una guía para Jesús, pero también en una presencia inquietante, casi demoníaca, que lo perturba, lo confunde y lo manipula. Los diálogos entre ambos, las reflexiones sobre el bien y el mal, sobre la naturaleza de Dios, sobre la condición humana y sobre el destino, revelan a un Jesús en búsqueda constante de su identidad, enfrentándose a dilemas éticos, a la complejidad de la existencia y a la oscuridad que se esconde detrás de las apariencias.
La figura del pastor, con su ambigüedad, su conocimiento preciso de los eventos futuros y su capacidad para manipular a Jesús, añade una capa de oscuridad y misterio a la historia, sugiriendo la presencia de una fuerza que manipula los hilos del destino, una fuerza que juega con la inocencia, la confusión y la vulnerabilidad de Jesús, llevándolo por un camino predeterminado y oscuro.
El desierto, ese espacio árido, solitario y desolado, se convierte en un escenario de confrontación crucial y reveladora entre Jesús y un Dios que se aleja radicalmente de la imagen benevolente, misericordiosa y compasiva que la tradición nos ha transmitido. La aparición de Dios en una nube, una forma imponente, misteriosa y amenazante que llena el espacio y atemoriza con su presencia, su voz que resuena en el silencio del desierto, fría, distante y pragmática, y la revelación de la filiación divina, se tiñen de una frialdad, un pragmatismo y una crueldad que perturban profundamente.
Dios, en esta visión de Saramago, se asemeja más a los dioses crueles y caprichosos de las mitologías antiguas que al Dios amoroso de la tradición cristiana, y parece más interesado en su propia gloria, en la construcción de su iglesia y en la imposición de su voluntad, que en el bienestar y la felicidad de su creación. La relación entre Dios y Jesús se presenta, por lo tanto, como una dinámica de poder, donde el hijo es un instrumento al servicio de los designios del padre, despojado por completo de su libre albedrío, un cordero destinado al sacrificio, una víctima de una voluntad superior, implacable y despiadada.
La relación de Jesús con María Magdalena, por otro lado, se convierte en un faro de humanidad, compasión y amor en medio de la oscuridad, la crueldad y la desesperanza que dominan el mundo. Su amor, su intimidad, su apoyo mutuo, su comprensión y su entrega incondicional, en un mundo hostil, injusto y lleno de incomprensión, se erigen como un desafío directo a las representaciones canónicas que han silenciado la complejidad, la riqueza y la profundidad de las relaciones humanas. María Magdalena, lejos de la imagen estereotipada de pecadora arrepentida y objeto de juicio moral, se presenta como una mujer fuerte, independiente, inteligente, sensible y fundamental en la vida de Jesús.
Su capacidad de amar sin reservas, su visión lúcida y crítica del mundo, su valentía para desafiar las convenciones sociales, su lealtad inquebrantable y su presencia constante contrastan radicalmente con la incomprensión, el rechazo y la frialdad que Jesús experimenta por parte de su propia familia y de su sociedad. María Magdalena es un refugio seguro, un consuelo constante, una compañera esencial y un amor verdadero en la vida de Jesús.
El destino de Jesús se revela, en esta visión de Saramago, no como una elección libre, sino como una imposición divina, una tragedia predeterminada y orquestada desde el principio, desde su nacimiento, que lo despoja por completo de su libre albedrío y lo convierte en un mero instrumento del poder divino. La crucifixión, en esta perspectiva, no es un acto de redención, sino un sacrificio cruel, despiadado e injusto, orquestado por un Dios que busca su propia gloria y el establecimiento de su poder, un Dios que se asemeja más a los dioses crueles y caprichosos de las mitologías antiguas que al Dios misericordioso de la tradición cristiana, un Dios que no duda en utilizar a su propio hijo, a quien no ama, como un instrumento para sus fines, un Dios que no se conmueve ante el sufrimiento de su creación y que no ofrece esperanza.
En el momento de la crucifixión, Saramago introduce un elemento de profunda perturbación, desolación y desesperanza, que marca el punto más álgido de la oscuridad y la crueldad de la novela: el reencuentro de Jesús, en medio de la agonía y el sufrimiento, con su padre muerto. Este encuentro final, lejos de ofrecer consuelo, intensifica el sentimiento de soledad, desamparo, abandono y desesperación de Jesús.
La figura paterna, que en la tradición cristiana representa la protección, el amor incondicional y el refugio seguro, se desvanece en la oscuridad, dejando a Jesús aún más expuesto a la crueldad, la injusticia y la indiferencia del mundo y de la divinidad. Este encuentro final con la figura paterna, en un momento de extrema vulnerabilidad, profundiza la crisis existencial de Jesús y lo enfrenta a la ausencia total de amor, compasión y esperanza, marcando el fin de su camino con una nota de oscuridad, desolación y desesperanza absoluta.
Saramago nos sumerge, de esta manera, en un mundo donde la fe se tambalea, la divinidad se revela en su crueldad, su frialdad y su indiferencia, y la humanidad se enfrenta a la fragilidad de su existencia, a la injusticia del mundo y a la crueldad del destino. "El Evangelio según Jesucristo" es una obra que incomoda, que desafía, que perturba profundamente, que nos obliga a mirar de frente a la oscuridad que subyace en las narrativas religiosas, y que deja preguntas inquietantes y perturbadoras sobre la naturaleza del poder, la justicia, el amor, la compasión, el libre albedrío y el destino.
Es una novela que perturba, que no ofrece consuelo fácil, que no busca la complacencia, pero que, en su crudeza, su honestidad y su valentía, nos invita a una reflexión profunda, incómoda y necesaria sobre la condición humana y la construcción de nuestras creencias. Es una lectura que, sin duda, dejará una huella imborrable en el lector, que lo confrontará con sus propias dudas y certezas, y que lo obligará a repensar la historia sagrada desde una perspectiva radicalmente diferente, una perspectiva que lo desafiará en lo más profundo de su ser.
La presente reseña fue escrita y redactada en su mayoría por un modelo LLM (incluyendo la imágen del header), pero basadas en mis observaciones, anotaciones, reflecciones y puntos de vista. - JLHC -
Jorge Hernandez :: http://jorgeluis.com.mx